sábado, marzo 16

AMAKAS: Los origenes

  No sé qué día descubrimos nuestro refugio, pero era casi perfecto: oculto en el patio del fondo, hermoso (a la percepción de los 8 años) y en alto para sobre mirar todo el colegio…. lo que no era mucho decir para una casa antigua adaptada para el Latino que nos acogía. Nuestro lugar estaba en una pandereta a la que se subía por una palmera y que también nos servía de pantalla para al público. Lo del nombre de nuestro “club” fue una difícil decisión: probamos con nombres sacados de los cuentos que nos gustaban, pero nunca nos pusimos de acuerdo, inventamos cosas poéticas y terminamos riéndonos a carcajadas, finalmente decidimos que tenía que ser con nuestros nombres, después de varios intentos: camakas (dos iniciales por cada una) pero nos sonaba raro - Se parece a caca- dijo la gringa siempre prosaica, - Y si le quitamos la ce y queda Asela, Mariela y Kathy- dijo la inamible, -Pucha- reclame yo- pero me tratan por el apellido- no sabía que muchos años después y en agitadas circunstancias toda una ciudad me diría la Asela. Era un día soleado y ya teníamos el nombre para nuestro club del árbol: AMAKAS

   Fundado oficialmente el club nos dedicamos a darle vida, servía para escaparnos de nuestros compañeros que a esa edad, en forma cíclica, entraban en la etapa de molestar a “las niñas”, también nos permitía “no estar”…. no recuerdo que nos hayan encontrado los tíos a los que veíamos desde lo alto rascarse la cabeza con cara de duda -¿Dónde se metieron estas chiquillas?-. Además podíamos guardar y compartir los tesoros que encontrábamos o que traíamos de la casa, decoramos con algunos adornos y tallamos el nombre en el tronco. Hace unos años buscando la casa de Thayer Ojeda de mis recuerdos, supe que la habían demolido y no estaba nuestra palmera, hubiera pagado oro por ese pedazo de madera tallado con caligrafía infantil.

   Las amakas traspasaron el club del árbol, éramos mejores amigas y compartíamos la vida con todos los azares de esos días difíciles, rotábamos en casa de cada una para hacer las tareas, jugar, leer colectivamente…. nuestras familias se conocían y apoyaban esta sincronía de infancia. Recuerdos medios borrados de la casa de Macul, del departamento en Apoquindo y del mío en las torres San Borja. Cuando la gringa se cambió a una parcela en la “lejana” La Florida fue todo un acontecimiento: nuestras aventuras se extendían por el campo, corriendo como perros nuevos entre la maleza caótica y subiéndonos a otros árboles, un rito del verano era recoger duraznos en canastos, práctica que terminaba con una guerra de fruta blanda que nos dejaba en  lamentable estado…. la tía Mónica invariablemente se reía con esas carcajadas que resonaban hasta las nubes y más de alguna vez término como blanco de nuestros proyectiles o manguereandos a la distancia.

   En la casa de Macul las actividades eran más tranquilas y especialmente los momentos de la lectura, pasión que compartiríamos para siempre, la tía Mariela se preocupaba de que siempre tomáramos once  a la hora y se debe haber divertido mucho con nuestras críticas literarias, a ratos también nos daba por escribir historias en patota, los resultados no los recuerdo pero el proceso nos permitía pasar por toda la gama de relaciones humanas…. compañerismo, odio, celos, rivalidad, compromiso conjunto y lo mejor, seguía estimulando nuestra creatividad y amistad.

   Estábamos en  séptimo  básico  cuando  tuvimos que dejar atrás nuestro árbol club, ya no lo ocupábamos tanto  porque estábamos “grandes”, pero  la amistad  forjada en ese espacio nos acompañaba en esa etapa de cambios corporales, emocionalidad  algo  inestable y de  amplia r el  conocimiento al mundo más adulto. Nuestras  lecturas  compartidas  incorporaban  a Gracia  Marquez y otros autores latinoamericanos, ciencia ficción  que yo  aportaba  de la  maravillosa  colección  de  mi  abuelo, historia, hasta  filosofía  que  poco entendíamos  pero  podíamos  discutir  acaloradamente. Nos cambiamos  al  Latino de Los Leones donde transcurriría  nuestro  último año en  ese espacio  de educación  y de  vida  que nos marcó indeleblemente, nuestra  graduación emocionada, de  elegantes y artesanales  vestido  largos, nos  tuvo  llorando abrazadas varios minutos: no solo dejábamos al colegio… las amakas se separaban.
(continuara...)