Entre la oleada de notas,
recuerdos y fotos que inundan las redes sociales por la muerte de Gabo, caí en
cuenta que la novela “Cien años de soledad” tiene mi edad, o sea somos
orgullosas cuarentonas. Teníamos once años cuando la leí por primera vez, aunque
debo haber pensado que era centenaria, en esa edición económica tan clásica que
me acompaño mucho años, transitando de estantes a cajas y viceversa hasta que
decidió que era su momento de deshojarse.
Mi padre, siempre tan practico,
me advirtió en ese momento que era un libro muy largo, pero a mí me tomo solo
unos días leerlo y caer en amor a primera vista por García Márquez, y esa
locura de palabras y metáforas que relatan magia en Latinoamérica viva. Y de ahí
a entrar en el mundo de la literatura de nuestro continente indómito que nunca
abandone: Cortázar, Borges, Vargas Llosa, Carpentier, Sábato… tantos que
relatan nuestra historia con su propio estilo, pero con un hilo conductor que
nos une desde el corazón.
Volví a leer los cien años varias
veces, en distintas épocas, adolescente se me ocurrió hacer un árbol
genealógico para entender mejor el peregrinar de la familia Buendía. Y seguí
leyendo sus libros en distintos momentos, cada uno con algún impacto, el amor
en tiempos del cólera y mis propio amor arrebatado, ojos de perro azul y uno de
mis cuentos favoritos “Alguien desordena estas rosas”, el coronel no tiene
quien le escriba, la increíble crónica de una muerte anunciada…. casi su
bibliografía completa a lo largo de los años. Aunque reconozco que no he leído
sus dos últimas novelas, asumiendo este abandono hidalgamente, lo que no quita
valor a mi encantamiento.
Y no solo desde lo literario el
realismo mágico entro a mi vida, la esencia Macondiana forma parte de ella: con
los espíritus que pasean, las flores y frutas que irrumpen en escena, los días
de sol que tornan en lluvia repentina, la música de fondo, los ciclos
permanentes. Y en mis relatos recurro a su recuerdo, como en aquel viaje a la
selva boliviana en que encontré mi propio Macondo como escribí en su momento.
“A quien
quiera darse un espacio lo invito a hacer un viaje como este. Puede ser más
cerca de lo que creen, un espacio distinto, solos o con quien quiera estar con
ustedes, aportándole magia a la vida cotidiana…. Pueden pasar cosas como que
aparezcan un montón de mariposas amarillas a saludarte una tarde soleada”
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